La primera vez que leí a Fátima Mernissi (1940-2015) tenía 16 años. Desde entonces no he dejado de leer, revisar, subrayar sus textos y anotar reflexiones en los pies de página de sus pies de página. En definitiva, desde entonces quise escribir como ella. Durante estas semanas de confinamiento he retomado un ensayo brillante y revelador que ha sido la excusa para sentarme a escribir este artículo. El libro en cuestión es “El miedo a la modernidad. Islam y democracia” (Mernissi, 1992), donde analiza el conflicto entre Islam y democracia, mostrando los miedos y las contradicciones que se encuentran en la raíz de la relación entre países arabo-musulmanes y Occidente. Y todo desde el contexto de la Guerra del Golfo que, a pesar de resultar lejano, tanto el lenguaje bélico como los cambios que surgieron en las sociedades musulmanas, resultan ser de una actualidad pasmosa.
Esta crisis llamada
“Coronavirus”, en la que confío pueda ser la mecha de un cambio de paradigma
para este mundo enquistado en la costumbre, quizás se convierta en una puerta
abierta al mayor miedo del Islam: la injerencia de una fantasía viral
dentro de su gran fantasía política y moral.
***
Hace semanas que mi
madre me manda vídeos sobre cómo se respira el Coronavirus en Marruecos. Son
breves vídeos en los que se percibe un Estado militarizado (más si cabe), en el
que el ejército y la policía patrullan por las calles al grito de “vuelvan a
sus casas” o “no salgan de casa”. En las imágenes, los niños corren para
confirmar lo que ya se sabía desde el pasado 20 de marzo. Con las fronteras
blindadas y un parón en todas las actividades no esenciales, Marruecos deberá afrontar
una realidad económica que, si bien en la última década parecía resurgir de su
propio confinamiento, ahora se dibuja inestable en todos los sectores. Quien tenga
un negocio de alimentación desde luego es afortunado, quien no deberá replegarse
en casa y esperar que esta “plaga” sea atea o sacra, disipe su mano sobre la
humanidad. Pero aparte de esta ristra de vídeos que buscan la conmiseración
directa, a mi móvil también van a parar vídeos cargados de emotividad pastoral
a la musulmana, pues ahora es el mejor momento para hacer marketing
religioso.
El islam es un
experto en la publicidad de su mensaje dogmático. Quizás ninguna otra religión
haya logrado apoderarse del espacio virtual como lo ha hecho ésta en las
últimas décadas. Ya en los 2000 las familias musulmanas europeas empezaron a
adquirir antenas parabólicas con las que lograban reanudar lazos debilitados por
la migración. La pantalla por fin miraba en otras direcciones y entre todas
ellas, de nuevo a La Meca. Pocos jóvenes musulmanes, vivan en la ciudad de
Medina o de Orán, en Ámsterdam o Barcelona desconocen el manejo de estas
antenas. Y desde hace unas décadas debemos añadir a este manejo de las
tecnologías, el de los dispositivos conectados a la red a través de internet. Por
supuesto esto no pasa desaparecido a una religión que, sin disponer de un clero
al estilo católico, ve en estos medios una forma de jerarquizar y organizar su
discurso y, lo que es más importante, de recrear espacios de Islam. ¿Para qué el
sable como arma de expansión islámica cuando internet permite conquistar el
universo entero? [2]
Los imanes más
prestigiosos de La Meca - ciudad de origen y de destino de todo musulmán-, se
han abierto camino por la pantalla familiar con programas de consulta al Imán
en horario de máxima audiencia, su presencia se ha infiltrado en la red de una
forma brutal, incisiva, insistente, abrumadora…a veces rozando el espectáculo
hollywoodiense, en otras sobrepasándolo con creces. Todo este arsenal
publicitario que rompe con las fronteras califales[3]
y establece nuevos espacios nos sitúa sobre una cuestión que está en el mismo
corazón del Islam: el tiempo deja de convertirse en su conquista y es el
espacio virtual su nuevo horizonte de batalla. Y en la situación actual
deberíamos añadir: el Coronavirus es el impulso para que este espacio se
redefina desde la laicidad, enemigo público y privado del Islam.
Quisiera explicar
esta reformulación del espacio y el abandono del tiempo, en tanto que éste fue
en su origen el objetivo político del Islam, con un acontecimiento muy
significativo para esta religión. El día 24 de abril empezó uno de los meses
más importantes del Islam. El mes del Ramadán, que en esta ocasión pasará por
una de sus mayores pruebas de fe. Decretado como “acto individual”, el Eid
al-Fitr es el mes en el que todos y cada uno de los musulmanes del planeta
puede llamarse a si mismo musulmán: es el tiempo de la primera revelación del
Corán al Profeta. Es crucial entender este acontecimiento dentro de unos
parámetros temporales, ya que es una de las formas de recrear el propio tiempo
y normativizar sobre el tiempo de los humanos desde la taxonomía del Islam
(Mernissi, 1992: 220). Este acontecimiento es una forma de actualizar el ritual
a través del cual se construye y asigna el Yo musulmán [4].
El Ramadán es el tiempo sagrado en el que se define el Islam y se distingue de
otros tiempos paganos. Para definir este tiempo es crucial mirar al cielo,
definir el estadio de la luna que dictamina el inicio y el final de este mes,
el inicio del ayuno y su ruptura. No olvidemos que este ejercicio de ordenar el
tiempo a partir de los astros y sus movimientos no se debe tanto a que estos
determinan nuestro acontecer humano, sino más bien a la inversa: cuando el Islam
mira hacia el cielo ve su propio tiempo. En otras palabras, la pretensión
última del Islam es recrear un tiempo musulmán y hacer de los movimientos de
los astros su magnitud. Muchos califas fueron amantes de la astronomía, algunos
incluso enloquecieron de tanto mirar al cielo estrellado[5];
esta ciencia no era sino la extensión de la verdad rebelada. El Ramadán al igual que lo son las 5 llamadas
a la oración diarias para los musulmanes[6],
sea desde el minarete, desde el reloj electrónico Kabbeer colgado en la pared o
la app Muslim Pro, son la conexión indiscutible con un tiempo sagrado
que emana directamente de los cielos…eso sí, un tiempo musulmán que en esta era
de la globalización ha pasado a ser medido por el espacio virtual que ahora
emana de los satélites artificiales.
Es difícil afirmar
que los países musulmanes siguen este tiempo acompasados por el rezo y
resguardados por los astros de Alá[7].
Difícilmente podríamos decirlo teniendo en cuenta que, en casi todos estos
países, aunque durante el viernes se haga una concesión para expiar las culpas de
la vida haram[8],
es el domingo el día rey en el que los comercios y las transacciones
financieras cuelgan el cartel de cierre, es el lunes el primer día de la semana
y el 31 fin de año…. En definitiva, el tiempo es un quebradero de cabeza que trae
continuos conflictos entre los musulmanes. Esto es especialmente significativo entre los
jóvenes, que como bizcos ponen un ojo en el tiempo de Occidente, sinónimo de
tecnología y futuro y el otro, en el tiempo del Islam, sinónimo de tradición y
costumbre. La contradicción interna del tiempo con la que viven muchos jóvenes
musulmanes es el origen del malestar de estas generaciones y quizás por eso el
espacio virtual que crea internet y todo el mundo cibernético tienen un éxito
apabullante en estas sociedades y entre los jóvenes especialmente. No perdamos
de vista que la tensión que el Islam tiene con el tiempo está en su raíz[9]
y no lo perdamos de vista porque esta tensión temporal que busca resolverse en
el espacio fue el detonante de una primavera árabe ahora olvidada[10]
.
El tiempo tiene un
lenguaje invisible, intangible, inconsciente… es una huella que se imprime de
forma inquebrantable pero que pertenece a una esfera cuasi mágica. Cuando nace
el Islam, y ya en época del Profeta, surge la necesidad de crear un calendario
propio en el que constatar el Yo musulmán. Es una forma de delimitar una
frontera invisible: soy musulmán porqué mi tiempo empieza con el tiempo del
Profeta. Es por eso que no existe un censo al estilo católico, pues el tiempo
se encarga de llevar a cabo esta función; ser musulmán y reconocerse como tal
significa nacer dentro de este tiempo. La
clave para integrar y hacer tangible el tiempo en el ethos musulmán está en la
regulación del matrimonio. La única forma de que el tiempo musulmán se sostenga
y perpetúe es que las mujeres sean musulmanas. Es decir, solo si los hijos
nacen de un útero musulmán pertenecerán eternamente a este tiempo. Es de vital
importancia mantener por lo tanto a las mujeres dentro del “nosotros musulmán”,
ya que fuera de éste pierden la capacidad de recrear el tiempo musulmán, es
decir de que sus hijos sean reconocidos como tales. De ahí la prohibición que
sostienen todos los países musulmanes en sus Códigos de Familia[11]
(a excepción de la renovada Túnez), respecto al matrimonio entre mujeres
musulmanas y hombres no-musulmanes. En todo caso, la relación matrimonial
islámica es la que sella esta continuidad, de tal manera que su regulación debe
ser firme y sin claroscuros. De igual forma funciona la prohibición que pesa
sobre ciertos alimentos, proscripciones perfectamente reguladas en las leyes de
los estados musulmanes; pues las tripas deben ser musulmanas, ante todo. No
comer cerdo o no tomar vino y consumir alimentos halal es la
prerrogativa al reconocimiento de un Yo musulmán.
La sexualidad y la
comida van de la mano para construir esta gran fantasía que es el Islam; una
imaginería que podemos señalar en nuestro vientre. Este Yo musulmán se sostiene
sobre la fuerza de un inconsciente cargado de imágenes que surgen y se graban
en los tejidos mismos de nuestro organismo. Son imágenes que en Occidente
cuesta resolver por su carga psíquica, pero que en el imaginario musulmán
sostienen estados y monarquías. Sin duda, como dice Mernissi (1992), en las
sociedades musulmanas es mucho más fácil condenar a alguien como Salman Rushdie
(un inventor de fantasías, al fin y al cabo), que a un científico al que Alá
puede haber bendecido con una sabiduría particular, pero siempre en sintonía
con la Verdad rebelada.
Entendiendo esta dislocación
con la que la juventud musulmana vive su tiempo, el Coronavirus irrumpe en un
escenario en el que transfigura desde el mismo inconsciente el Yo musulmán. El Coronavirus
es la vida microbiana que circula con total libertad por todos los territorios
sin entender de palabras rebeladas ni suras ni aleyas… El Coronavirus es la
irrupción de un tiempo que revive (y hará revivir) tensiones que parecían
olvidadas. Una de las fantasías más relevantes entre los musulmanes y recalco
el masculino, ya que es una fantasía por y para los hombres, es el Paraíso que
espera al buen musulmán después de su muerte. El juego entre la fantasía erótica
y la muerte es una constante en el Islam, late con mucha fuerza y está inscrito
en el inconsciente de las sociedades y muestra el poder que tiene la fantasía
sobre ésta. Una de estas fantasías que describen esta relación entre erótica y
muerte son la huríes. Según el imaginario musulmán, para cada hombre 70
huríes dispuestas y liberadas con la virginidad intacta, le esperan en el Paraíso
para disfrutar de una sexualidad sin restricciones ni riesgo de embarazo, pues
las huríes carecen de útero y sin las indecencias del cuerpo, pues estas
mujeres del paraíso por carecer también carecen de ano.[12]
El Islam se
sostiene sobre una fantasía; en si mismo podríamos decir que es una fantasía
con una estructura que racionaliza la vida pública y privada. La cuestión a
todo esto es ¿cómo engarza todo este mundo inconsciente que está en el
principio y fundamento del Islam con el nuevo orden que instaura el
Coronavirus? Esta vida microscópica irrumpe en el inconsciente musulmán de tal
forma que debe rediseñar sus imaginarios y, por ende, pone de relieve la
magnitud que tiene en la configuración de sus sistemas dogmáticos. Sin ir más
lejos y para entender esto, la forma de abordar las muertes por Coronavirus
refleja esta necesidad de redimensionar los significados de las fantasías. Dado
que en el Islam no se contempla (además de prohibir tácitamente) la
incineración[13], los
grandes juristas del islam no han tardado en emitir una fatwa[14]
para aclarar en qué términos y bajo qué formas serán enterrados los hombres y las
mujeres musulmanas que mueran por Coronavirus. Declarados todos como mártires
del Islam, las muertes por Coronavirus son muertes que entregan su recuerdo y
su inmortalidad a la religión de Alá[15].
Al igual que Irán decretó mártires a todos los caídos durante la guerra contra
Iraq de 1980, para así construir un imaginario del sacrifico, estas muertes
serán también el testigo de la guerra librada contra un enemigo invisible pero
que en todo caso ha de quedar integrado dentro de la esfera musulmana. La
figura del “mártir” representa una forma de poner cara a la muerte violenta,
solitaria y sin posibilidad alguna de dar una sepultura acorde a la
ritualización del Islam.
Los cuerpos que
yacen bajo la tierra sin el lavado previo, sin el rezo comunitario que le
dedican los hombres en la mezquita, sin el adiós que busca el perdón último de
los que siguen vivos, sin una última mirada al rostro que se va para siempre
bajo la tela blanca que le recubrirá eternamente…. son cuerpos que aun
partiendo de este mundo sin el cortejo con el que todo musulmán sella su paso
sobre la tierra, serán acogidos en el regazo de Alá como auténticos entregados.
Esta entrega solo es posible si se cumple con un principio: el mártir da su
cuerpo para que el Islam permanezca en la tierra y para que su espíritu disfrute
en el Paraíso de las huríes[16].
De este modo morir de Coronavirus
significa en última instancia una suerte de victoria sobre un enemigo que
irrumpe en el islam, en definitiva, sobre un “otro” que siendo ajeno al Islam
trata de quebrantarlo. Los “mártires del Coronavirus” conquistan un nuevo
tiempo para el Islam, a través de sus muertes el enemigo invisible es asimilado
al imaginario musulmán y a su devenir.
La paradoja de este
asunto es que estamos ante un enemigo global y no exclusivamente del islam, por
mucho que éste cree el imaginario del “mártir”, las imágenes de ciudades replegadas
sobre si mismas, devorando a sus propios ciudadanos, lo quiera o no el Islam es
universalmente humana. De esta forma, estos mártires del Coronavirus musulmán
ya no son mártires del Islam, son en todo caso mártires de la humanidad,
mártires de un enemigo común al que todos podemos señalar aunque sea con el
índice en el aire vacío. Pocas veces se ha hecho tan evidente la paradoja que
encierra el imaginario musulmán como ahora. Aquí es donde creo que radica la
esperanza de que el Coronavirus irrumpa desde dentro en el imaginario musulmán.
El Coronavirus es una esperanza para subvertir estos imaginarios que delimitan
un Yo musulmán y por ello, perpetúan un discurso sobre el tiempo único y
exclusivo del ethos musulmán. Es esta ínfima vida microscópica una evidencia al
rechazo de otros tiempos que no sean los propiamente musulmanes, pero que por
su fuerza y su magnitud a escala mundial obligan a poner en marcha estrategias
que afiancen el discurso musulmán.
Este mes del Ramadán
se presenta como una ocasión única para entrever estas reformulaciones del
imaginario, dado el peso que tiene lo invisible en el imaginario musulmán, la
ausencia de una iconografía hace que la religiosidad tome formas que solo son
tangibles si los otros musulmanes las ven y comparten. De esta forma el Ramadán
que se acerca será un mes invisible, donde la práctica del ayuno solo será
sentenciada por uno mismo en su fuero interno más que nunca, donde la oración
recaerá sobre el criterio personal de cada buen musulmán y no sobre la comunidad
reunida en la mezquita. Para regular esta situación, las fatwas no han
tardado en publicarse para aclarar a todo musulmán qué hacer durante este
CoronaRamadán: beber agua solo será
indispensable siempre y cuando así lo corrobore el médico, comer solo en los
casos en los que haya riesgo y sobre el tabaco y el sexo de momento no hay
lagunas. Si bien el cierre de las mezquitas y más teniendo presente la cercanía
de este tiempo sagrado ha provocado mucho descontento, para ello no se ha
tardado en hacer revivir al Profeta y así recordar que entre sus múltiples hadices
(dichos y hechos del Profeta), el más adecuado es aquél que dice “la vida ha
de protegerse” y “ante una plaga debemos mantenernos a salvo”. Este
es un tiempo rebelde para una religión que se mantiene irreformable pero
siempre reinterpretarle.
Esta “plaga” global
ha irrumpido en la cotidianidad del islam, al igual que lo hicieron las
tecnologías de la información y la comunicación. Éstas lograron algo único y
sin precedentes, desplazaron el tiempo musulmán, cuestionaros desde dentro el
ritmo de la Risala (Mensaje), penetraron en el inconsciente de unas
sociedades donde la juventud se asfixiaba por el tradicionalismo de un tiempo
encerrado en el útero materno de una religiosidad que anulaba la individualidad
y postergaba la libertad en el Paraíso de las huríes. Las ventanas abiertas del
espacio virtual constataron este conflicto y amenazaban de raíz con subvertir
este tiempo por un mundo en el que el Yo musulmán podía ser traspasado por
“otros” yos. Fue la primavera árabe más que un tiempo un espacio que dejó las
tripas al aire y mostró a todo el mundo que la juventud musulmana quiere más
que nunca su propio Espacio.
De igual forma que
la red cibernética lograra desenmascarar las dinámicas del inconsciente
musulmán, el Coronavirus circula en un espacio similar, aunque sus espacios son
menos transitados y todavía más invisibles e intangibles. La expansión de este
virus es la constatación de que no hay un enemigo propiamente musulmán y que si
alguna vez ha tenido alguno estaba mucho más cerca de lo que se pensaba. Cuando
vemos a través de nuestras pantallas que países como Estados Unidos o Irán
están adoptando medidas restrictivas afines, haciendo que sus ciudadanos vibren
en la misma frecuencia de miedo e inseguridad, el Coronavirus está conquistando
espacios de no pertenencia, espacios que rompen la dicotomía yo
musulmán-otro no-musulmán. Cuando vemos que de forma excepcional hay una
cooperación gubernamental entre Israel y Palestina, el Coronavirus está
cruzando de forma transversal la cuna del odio más visceral que existe entre
dos fantasías religiosas. Es de esta forma que este virus se infiltra en el imaginario
musulmán y lo hace con la misma tensión que se da con las tecnologías del
ciberespacio que, por ser un espacio conquistable, se disputan entre quienes
pretenden convertirlas a la fe del Profeta y quienes pretenden hacer de ellas
un lugar laico para ser habitado. Así el Coronavirus es disputado como espacio
de conquista adherible a las filas de los enemigos del islam, pero también como
lugar que busca una revolución humana sin precedentes.
[1] Este artículo fue escrito por mí (Karima Ziali) en pleno mes del Ramadán y publicado el 30 de abril en https://lavoragine.net/coronavirus-ramadan-fatima-mernissi/
[2] La entrevista que
Maria-Àngels Roque realiza a Fátima Mernissi en Quaderns de la Meditarrània,
aborda esta cuestión de una forma clara y magistral. Ver “Mes rencontres
avec Fatema Mernissi” en https://www.iemed.org/observatori/arees-danalisi/arxius
adjunts/qm20/Mes%20rencontres%20avec%20Fatema%20Mernissi%20Maria-Angels%20Roque.pdf (existe versión en español)
[3] De ahí que debamos analizar en profundidad
hasta qué punto es absurdo el planteamiento del Daesh respecto a recuperar
territorios “históricamente musulmanes”. ¿Cómo hablar en términos territoriales
si el espacio virtual ha roto con la idea de delimitaciones fronterizas claras?
Para ampliar esta cuestión, ver Gonzalez-Quijano, Y. (2006). Islam in the
Digital Age: E-Jihad, Online Fatwas and Cyber Environments: London, Pluto
Press, coll. « Critical Studies on Islam »,2003, 237 p. & Patrick Haenni, L'islam de
marché. L'autre révolution conservatrice Paris, Le Seuil, coll. « La République
des idées », 2005, 108 p.. Archives de sciences sociales des religions, 134(2),
162-299. https://www.cairn.info/revue-archives-de-sciences-sociales-des-religions-2006-2-page-162.htm.
[4] Eliade, M., (1957), Lo sagrado y lo
profano, Austral: Barcelona
[5] Es el caso del califa fatimí, Husein Al-Hakim
Bin-Amrillah que gobernó entre los años 386-411 de la hégira (996 y 1020 d.C.) Conocido
como “Hakim, el loco” fue un déspota a la altura de Calígula o Nerón,
que vinculó de forma tácita sus decisiones políticas al movimiento de los
astros, hizo del tiempo una expresión de su poder y convirtió la ciudad de El
Cairo en la capital de la Astronomía. Una anécdota que explica su obsesión por
el tiempo y los astros fue su singular forma de recorrer dicha ciudad por la
noche ya que no soportaba la luz diurna. Sus extravagancias llevaron a este
musulmán chií a la locura, muriendo como todos los ebrios de poder, en un halo
de misterio. Existe una novela brillante, Himmich, B.S., Machnun al-Hukm (1991), Londres, Riad
el -Rais Books, traducida como El loco del Poder (1996) de Ferderico
Arbós.
[6] La primera oración es al-fajr, el alba,
la segunda es dohr, cuando el sol está en medio del cielo, la tercera, asr,
cuando el sol inicia su descenso, magrib es la cuarta e indica la puesta
de sol y, por último, ‘asha, anuncia la noche. Es indiscutible que el
musulmán conecta a través de la oración la trayectoria del sol, movimiento universal
que corrobora la auténtica fe.
[7] El Corán está atravesado por esta idea del
islam en tanto que dueño del tiempo y de los astros. En la Aleya 5, azora X,
Yuna(Jonás) podemos leer: “Él es Quin hizo del sol claridad y de la luna
luz, Quien determinó las fases para que sepáis el número de años y el cómputo.
Dios no creó esto sino con un fin. Él explica los signos a gente que sabe”.
También ver, aleya, 13, azora XVII . Según traducción de Julio Cortés (1999).
[8] Haram, en árabe significa lo prohibido
y lo sagrado. Ver el análisis que se lleva a cabo en La mujer en el
inconsciente musulmán (1999) de Fatna Aít Sabbah.
[9] Hablo de la Yahilia, que es el nombre con el
que se hace referencia a la época preislámica y que se traduce como “Época o
tiempo de la ignorancia”. El problema que conlleva esta visión acerca del
pasado anterior a la revelación del Profeta Muhammad es el talón de Aquiles de
las sociedades musulmanas, pues de forma ulterior impide una reconciliación con
ese tiempo, así como una mejor y mayor comprensión del presente. Para ello
recomiendo Mernissi, F., El harén político: el Profeta y las mujeres
(1987), Guadarrama, Ediciones del oriente y del mediterráneo.
[10] En la primavera árabe las redes sociales
fueron imprescindibles para su desarrollo, lo cual refleja la relación que los
jóvenes musulmanes tienen con estos medios además de cómo el malestar social se
canaliza a través de éstos con un lenguaje y unos mecanismos propios. En gran
medida fue el despliegue de lo que Marshall McLuhan formuló en su obra El
Medio es el Mensaje (1967).
[11] Ruiz de Almodóvar, C. (2005), Mujeres y
estatutos de familia. Análisis comparados de la legislación del matrimonio en
los países árabes en El derecho privado en los países árabes: códigos de
estatuto personal, Granada: Universidad de Granada y Fundación Euroárabe de
altos estudios.
[12] Ver Aít Sabbah, F.
(1999), La mujer en el inconsciente musulmán y Saleh, W., (2010) Amor,
sexualidad y matrimonio en el Islam.
[13] La prohibición sobre la incineración hay que
entenderla al igual que la prohibición sobre el matrimonio con no-musulmanes.
Al igual que mantener las mujeres dentro y exclusivamente en el mercado
musulmán garantiza la continuidad de la religión que se gesta en ellas, el
entierro del musulmán en la tierra garantiza que esa tierra es también
musulmana. De ningún modo un musulmán poder ser enterrado en un cementerio
cristiano y ya no solamente por el carácter ritual, sino especialmente porque
el cuerpo integra en si mismo el Yo musulmán que traspasa la tierra.
[14] Una fatwa o fetua es un pronunciamiento legal
en el Islam. Se emite por el muftí, el erudito capaz de interpretar el fiqh,
la jurisprudencia islámica. Generalmente estas ordenaciones se lanzan cuando no
hay suficiente claridad sobre una cuestión en el fiqh, de tal forma que
un individuo o un juez pide un pronunciamiento aclaratorio.
[15] https://www.rtve.es/noticias/20200404/coronavirus-obliga-adaptar-algunas-reglas-del-islam/2011394.shtml
https://www.france24.com/es/20200407-francia-suspension-ritos-funerarios-judios-musulmanes-covid19
[16] Claro que las preguntas que quedan en el aire
son: ¿qué hay de las mujeres?, ¿Disfrutan ellas de un Paraíso acorde a sus
fantasías sexuales? Para estas cuestiones recomiendo las lecturas mencionadas
anteriormente de Aít Sabbah, F. (1999), La mujer en el inconsciente musulmán
y Saleh, W., (2010) Amor, sexualidad y matrimonio en el Islam y también,
Mernissi, F., (1975) Sexo, Ideología e Islam.
Comentarios
Publicar un comentario
Deja tu comentario aquí: